Antes de ser un ícono de la coctelería, el gin tonic nació casi por casualidad. En el siglo XIX, los oficiales británicos que vivían en la India buscaban una forma más agradable de consumir quinina, una sustancia con sabor amargo que se usaba para prevenir la malaria. La solución fue mezclarla con agua carbonatada, azúcar y un toque de ginebra. Sin saberlo, habían creado una de las combinaciones más enigmáticas del mundo.


Con el tiempo, la bebida viajó de los climas tropicales a los bares europeos, y lo que comenzó como una medicina se transformó en un placer. Su frescura, su transparencia y ese equilibrio perfecto entre amargor y ligereza lo convirtieron en un clásico: simple, fresco y con una estética que nunca pasa de moda.


A medida que se fue popularizando, se convirtió en sinónimo de elegancia y sofisticación. Es equilibrado, no es dulce ni amargo, tiene el punto justo de frescura y una personalidad aromática que lo hace irresistible. Es liviano, versátil y visualmente agradable: combina sofisticación, frescura y estilo en una sola copa.

 

Su versatilidad abrió un universo de combinaciones posibles, dando origen a infinitas versiones que mantienen viva su esencia. Cada generación le dio su propio sello, hoy es un lienzo en blanco para la creatividad: el clásico con limón convive con versiones más audaces como el gin tonic rosé, con frutos rojos y pétalos; el Blood Orange & Tonic, con su tono ámbar intenso y perfume cítrico; el tropical, con notas de maracuyá o ananá; y los más herbales, con romero, pepino o albahaca fresca. Cada combinación aporta un aroma distinto y una personalidad única, pero todas comparten el mismo espíritu: frescura, color y elegancia en estado líquido.

 

La tendencia va más allá del cocktail. Los botánicos —enebro, pimienta rosa, lavanda, romero, hibiscus— se venden por separado o vienen incluidos en kits listos para personalizar la bebida. Y los hielos se volvieron protagonistas: cubos XXL, esferas perfectas o piezas con flores y frutas en su interior, que no solo enfrían, sino que decoran y realzan la experiencia visual del gin tonic.

 

Como todo ritual con estilo, merece servirse en la copa correcta. Las copas de cristal italiano elevan la experiencia: transparencia perfecta, brillo único y una forma que realza aromas y burbujas. Porque un buen gin tonic empieza en la bebida… pero se completa en la copa.

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